There was something different in the air at Pine Springs Ranch (PSR) this summer, something deeper, quieter, and more powerful than the usual camp buzz. It was worship. Not just the songs sung at morning gatherings or the hands raised during evening vespers, but a spirit of worship that shaped how staff and campers interacted—in the dining hall, during activities, and in the ways they listened, encouraged each other, and served. This focus on spiritual connection defined each week and led to something beautiful: 18 baptisms, including 14 campers and four staff members who publicly declared their commitment to Jesus.
At the center were Jo and Laia Amaya, a husband-and-wife team pursuing Master of Divinity degrees at Andrews University. Having served within the Southeastern California Conference before graduate school, they returned with a vision: to cultivate a worship culture that felt authentic, safe, and rooted in relationship.

“We didn’t want worship to feel like a performance or a task,” Laia shared. “We wanted it to be a joy—something that made people feel seen and safe.” Instead of assigning worship to busy staff, Jo and Laia led every service themselves, inviting others to join as they felt ready. By midweek, staff and campers who had at first been hesitant to sing were stepping forward as “worship leaders,” a title used to affirm and empower them.
Their style was less about polish and more about presence. Songs were chosen for age groups, sometimes adjusted when participation lagged, but always aimed at building trust and community. “We saw worship as our mission field,” Jo explained. “It wasn’t just about music; it was about how we treated each other.” Even silly or unfamiliar songs became tools for connection—opportunities to sing with friends and grow in faith together.
Angelica Torres, returning as spiritual care coordinator, saw how this reshaped camp culture. “With so many new staff, we had to rebuild from the ground up,” she explained. “Jo and Laia helped us see that worship wasn’t just a slot on the schedule—it became the heart posture of the community.”
By the final day, campers who once sat quietly were leading songs with confidence. Staff who had never imagined themselves in spiritual roles were guiding others in prayer. Arms linked in worship circles became a weekly scene, as once-reluctant voices now asked, “Can we sing that song again?”
As summer closed, PSR stood out as more than just a camp. Worship had shaped it into a community—one where leaders emerged, relationships deepened, and God’s presence was experienced in everyday moments.
____________________
By Jordyn Wright
Adoración que transformó un verano
Había algo diferente en el aire en Pine Springs Ranch (PSR) este verano, algo más profundo, más silencioso y más impactante que el zumbido habitual del campamento. Era adoración. No solo los cantos en los cultos matutinos o las manos levantadas durante los cultos vespertinos, sino un espíritu de adoración que dio forma a la manera como el personal y los campistas interactuaban: en el comedor, durante las actividades y en la forma en que escuchaban, se animaban mutuamente y servían. Ese enfoque en la conexión espiritual definió cada semana y condujo a algo hermoso: 18 bautismos, incluidos 14 campistas y cuatro miembros del personal que declararon públicamente su compromiso con Jesús.
En el centro estaban Jo y Laia Amaya, un equipo de marido y mujer que cursaba una Maestría en Divinidad en Andrews University. Después de haber servido en la Southeastern California Conference antes de la escuela de posgrado, regresaron con una visión: cultivar una cultura de adoración que se sintiera auténtica, segura y arraigada en la relación.

«No queríamos que la adoración se sintiera como una actuación o una tarea», compartió Laia. «Queríamos que fuera una alegría, algo que hiciera que la gente se sintiera vista y segura». En lugar de asignar la adoración al ocupado personal, Jo y Laia dirigieron cada servicio ellos mismos, invitando a otros a unirse cuando se sintieran listos. A mediados de la semana, el personal y los campistas que al principio habían dudado en cantar estaban dando un paso adelante como «líderes de adoración», un título utilizado para afirmarlos y empoderarlos.
Su estilo tenía menos que ver con lo pulido y más con la presencia. Los cantos se eligieron por grupos de edad, a veces ajustados cuando la participación se retrasaba, pero siempre con el objetivo de generar confianza y comunidad. «Vimos la adoración como nuestro campo misionero», explicó Jo. «No era solo acerca de la música; sino de cómo nos tratábamos». Incluso los cantos tontos o desconocidos se convirtieron en herramientas para la conexión, oportunidades para cantar con amigos y crecer juntos en la fe.
Angélica Torres, que regresa como coordinadora de atención espiritual, vio cómo eso remodeló la cultura del campamento. «Con tanto personal nuevo, tuvimos que reconstruir desde cero», explicó. «Jo y Laia nos ayudaron a ver que la adoración no era solo un espacio en el horario, sino que se convirtió en la postura del corazón de la comunidad».
Para el último día, los campistas que alguna vez se sentaron en silencio dirigían cantos con confianza. El personal que nunca se había imaginado a sí mismo en roles espirituales estaba guiando a otros en oración. Los brazos entrelazados en los círculos de adoración se convirtieron en una escena semanal, ya que las voces que alguna vez fueron reacias ahora preguntaban: «¿Podemos cantar ese canto de nuevo?»
Cuando terminó el verano, PSR se destacó como algo más que un campamento. La adoración lo había convertido en una comunidad, una comunidad donde surgieron líderes, se profundizaron las relaciones y se experimentó la presencia de Dios en momentos cotidianos.
____________________
Por Jordyn Wright