Under the powerful theme “With Christ I Can,” history was made on August 29-31 at The Westin Lake Las Vegas in Henderson, Nevada. The Pacific Union Conference hosted its first-ever Hispanic Women’s Ministries Convention, drawing together 836 women from across the Pacific Union for a weekend of inspiration, renewal, and divine encounter.
From the opening song of praise to the final prayer of consecration, the atmosphere was marked by heartfelt devotion. The Holy Spirit moved mightily among His daughters as voices were lifted in worship, setting the tone for a gathering that would go far beyond expectation. For many, just entering the space—surrounded by hundreds of women united in faith—was already a moving testimony of God’s work in the church.
The convention featured an inspiring lineup of presenters. Jacqueline Tello, the main speaker, delivered messages that stirred conviction and renewed commitment, calling women to live boldly in Christ and to embrace their role as leaders and disciples in their communities. Katia Reinert, a respected health professional and minister, presented practical yet deeply spiritual seminars on wellness, family, and emotional resilience. Her integration of faith and science resonated with women seeking to balance the demands of ministry, work, and family.
Complementing these voices, Lupita Aragón led spirit-filled devotionals that lifted hearts heavenward each day. Her warm, pastoral approach created space for both reflection and rejoicing, reminding participants that spiritual growth is both a personal journey and a shared community experience.
The program was designed not only for inspiration but also for equipping. A variety of seminars addressed the wholistic needs of women, covering topics such as spiritual growth (deepening prayer life, Bible study, and personal witness), family and relationships (nurturing marriages, guiding children in faith, and supporting intergenerational families), emotional and physical health (cultivating resilience, managing stress, and prioritizing wellness as part of discipleship), and leadership and service (equipping women to serve in local congregations and in their broader communities).
Equally powerful were the personal testimonies shared by participants. Women courageously spoke of overcoming trials—illness, loss, family struggles, and personal doubts—through faith in Christ. These moments of vulnerability and victory underscored the theme that with Christ, nothing is impossible.
A hallmark of the weekend was the intentional focus on prayer. Intercessory sessions allowed women to lift one another up before God, interceding not only for personal needs but also for families, churches, and the world at large. Times of personal consecration invited attendees to surrender their burdens at the feet of Jesus. Many described experiencing healing, peace, and clarity for the future. For some, it was the first time in years they had felt God’s presence so closely.
This gathering was not only for members; it was also a powerful outreach. Over 44 first-time non-Adventist guests attended, invited by friends or drawn by curiosity. They were warmly welcomed and witnessed the love, blessing, and transforming power of Christ in action. For them, the convention served as both introduction and invitation—a living testimony of God’s work among His people. Seeds of faith were planted that may bear fruit for years to come.
One of the most significant outcomes of this event was the strengthening of unity among Hispanic Adventist women across the Pacific Union. Women from California, Nevada, Arizona, and beyond came together, finding common purpose in Christ. The convention affirmed the value of women’s leadership and ministry, encouraging participants to return to their local congregations with renewed vision and energy.
Many left determined not only to serve more faithfully but also to mentor younger generations, ensuring that leadership and ministry continue to flourish. The event reinforced the message that women are vital to the church’s mission—not as bystanders, but as leaders, teachers, and proclaimers of the gospel.
As the weekend drew to a close, the sense of empowerment was palpable. Women departed with renewed strength, ignited faith, and a bold commitment: to live out the gospel daily and to share the hope of salvation with others. The ripple effects of this historic gathering will be felt in homes, churches, and communities for years to come.
In many ways, the convention marked the beginning of a new chapter in the Pacific Union’s mission. It demonstrated what can happen when women are uplifted, resourced, and empowered for service. It was not just an event to be remembered; it was a movement to be continued—a call for women to stand together in Christ and declare with confidence: “With Christ I can.”
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By Abigail Gomez Marenco
Primera convencion del Ministerio de la Mujer
Bajo el impactante tema «Con Cristo puedo», se hizo historia del 29 al 31 de agosto en The Westin Lake Las Vegas en Henderson, Nevada. La Pacific Union Conference organizó su primera Convención del Ministerio de Mujeres Hispanas, reuniendo a 836 mujeres de toda la Pacific Union para un fin de semana de inspiración, renovación y encuentro divino.
Desde el himno de alabanza inicial hasta la oración final de consagración, el ambiente estuvo marcado por una devoción sincera. El Espíritu Santo se movió poderosamente entre sus hijas mientras se elevaban las voces en adoración, marcando el tono de una reunión que iría mucho más allá de las expectativas. Para muchas, el simple hecho de entrar en el espacio, rodeadas de cientos de mujeres unidas en la fe, ya era un testimonio conmovedor de la obra de Dios en la iglesia.
La convención contó con una alineación inspiradora de presentadores. Jacqueline Tello, la oradora principal, transmitió mensajes que despertaron convicción y compromiso renovado, llamando a las mujeres a vivir con valentía en Cristo y a abrazar su papel como líderes y discípulas en su comunidade. Katia Reinert, una respetada profesional de la salud y pastora, presentó seminarios prácticos pero profundamente espirituales sobre bienestar, familia y resiliencia emocional. Su integración de la fe y la ciencia resonó con las mujeres que procuran equilibrar las demandas del ministerio, el trabajo y la familia.
Complementando esas voces, Lupita Aragón dirigió devocionales llenos del Espíritu que elevaron los corazones hacia el cielo cada día. Su enfoque cálido y pastoral creó un espacio tanto para la reflexión como para el regocijo, recordando a las participantes que el crecimiento espiritual es tanto un viaje personal como una experiencia comunitaria compartida.
El programa fue diseñado no solo para inspirarse sino también para equipar. Una variedad de seminarios abordaron las necesidades holísticas de las mujeres, cubriendo temas como el crecimiento espiritual (profundización de la vida de oración, estudio bíblico y testimonio personal), la familia y las relaciones (nutrir los matrimonios, guiar a los chicos en la fe y apoyar a las familias intergeneracionales), la salud emocional y física (cultivar la resiliencia, lidiar con el estrés y priorizar el bienestar como parte del discipulado) y el liderazgo y el servicio (equipar a las mujeres para servir en su congregación y en su comunidad).
Igualmente impcatantes fueron los testimonios compartidos por las participantes. Las mujeres hablaron con valentía de superar las pruebas (enfermedad, pérdida, luchas familiares y dudas personales) a través de su fe en Cristo. Esos momentos de vulnerabilidad y victoria subrayaron el tema de que con Cristo, nada es imposible.
Un sello distintivo del fin de semana fue el enfoque intencional en la oración. Las sesiones de intercesión permitieron a las mujeres elevarse unas a otras ante Dios, intercediendo no solo por las necesidades personales sino también por sus familias, las iglesias y el mundo en general. Los tiempos de consagración personal invitaron a las asistentes a entregar sus cargas a los pies de Jesús. Muchas señalaron experimentar sanación, paz y claridad para el futuro. Para algunas, era la primera vez en años que sentían la presencia de Dios tan de cerca.
Esa reunión no fue solo para miembros; también fue un alcance poderoso. Asistieron más de 44 invitadas no adventistas por primera vez, invitadas por amigas o atraídos por la curiosidad. Fueron recibidos calurosamente y fueron testigos del amor, la bendición y el poder transformador de Cristo en acción. Para ellas, la convención sirvió tanto como introducción como invitación, un testimonio vivo de la obra de Dios entre su pueblo. Se plantaron semillas de fe que pueden dar fruto en los años venideros.
Uno de los resultados más significativos de ese evento fue el fortalecimiento de la unidad entre las mujeres adventistas en toda la Pacific Union. Mujeres de California, Nevada, Arizona y más allá se unieron, encontrando un propósito común en Cristo. La convención afirmó el valor del liderazgo y el ministerio de las mujeres, alentando a las participantes a regresar a su congregación con una visión y energía renovadas.
Muchas se fueron decididas no solo a servir más fielmente, sino también a guiar a las generaciones más jóvenes, asegurando que el liderazgo y el ministerio continúen floreciendo. El evento reforzó el mensaje de que las mujeres son vitales para la misión de la iglesia, no como espectadoras, sino como líderes, maestras y proclamadoras del evangelio.
A medida que el fin de semana llegaba a su fin, la sensación de empoderamiento era palpable. Las mujeres partieron con fuerzas renovadas, fe encendida y un compromiso audaz: vivir el evangelio diariamente y compartir la esperanza de salvación con los demás. Los efectos dominó de esa reunión histórica se sentirán en los hogares, iglesias y comunidades en los próximos años.
En muchos sentidos, la convención marcó el comienzo de un nuevo capítulo en la misión de la Pacific. Demostró lo que puede suceder cuando las mujeres son elevadas, dotadas de recursos y empoderadas para el servicio. No fue solo un evento para recordar; fue un movimiento que debe continuar, un llamado para que las mujeres se unan en Cristo y declaren con confianza: «Con Cristo puedo».
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Por Abigail Gómez Marenco
